En Brasil, las mujeres están en primera línea combatiendo la pandemia

“Nadie podría imaginarlo, todo era nuevo. Reconozco que me desesperé. Intenté lidiar con el miedo de todas las maneras posibles para seguir trabajando”.  El relato de Márcia de Assis, una técnica de enfermería de 55 años, refleja un sentimiento compartido por miles de profesionales sanitarios de Brasil que, de la noche a la mañana, se volvieron protagonistas de la lucha contra un virus letal y, hasta entonces, desconocido.

Atender a pacientes infectados con una enfermedad respiratoria para la que no se habían creado protocolos, administrar medicinas en medio de un mar de incertidumbres, enfrentarse al colapso del sistema sanitario, a una sobrecarga de trabajo con riesgo inminente de contagio y comunicar a los familiares las muertes con una frecuencia sin precedentes.

Esta es la rutina que viven desde hace un año quienes están en la primera línea de la lucha contra el coronavirus en Brasil. Pero aunque la expresión “primera línea” se ha pronunciado y escuchado mucho, no deja claro un marcador importante: la mayoría del personal que está en contacto directo con los pacientes de covid-19 son mujeres.

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La principal categoría del área de la salud, la enfermería, está compuesta por un 85% de mujeres en Brasil. Los datos del Consejo Federal de Enfermería (Cofen) muestran que son principalmente las mujeres enfermeras, técnicas y auxiliares de enfermería, las que se enfrentan a la lucha contra el virus.

“La mayoría de nuestros pacientes están en la UCI. Les bañamos, hacemos un control cada dos horas, medicación todo el tiempo, cambio de posición porque están encamados. Este contacto que tenemos con el paciente es directo, durante las 12 horas que trabajamos”, dice Márcia de Assis, técnica de enfermería de la UCI-Covid del Hospital das Clínicas de la Universidad Estadual de Campinas (Unicamp).

“Es una sobrecarga absurda. Para entrar en una habitación, tienes que vestirte bien [con la ropa hospitalaria]. Es realmente agotador, física y emocionalmente”, añade. Para poder entrar en una Unidad de Cuidados Intensivos (UCI), necesita de cinco a diez minutos con los preparativos de seguridad.

La angustia vivida al principio de la pandemia se suavizó a medida que llegaba más información sobre el virus y se consolidaban los protocolos de prevención y atención.

Muchas mujeres se enfrentan al miedo, dejan a sus hijos y a su familia en casa y se ocupan de los pacientes, personas que ni siquiera conocen

(Márcia de Assis)

Primera mujer en ser vacunada

La pandemia del nuevo coronavirus también marcó la trayectoria de Mônica Calazans, la primera persona vacunada contra la covid-19 en Brasil. Enfermera del Instituto de Infectología Emílio Ribas recibió la vacuna Coronavac, producida por el Instituto Butantan, el 17 de enero, tan pronto como la Agencia Nacional de Vigilancia Sanitaria (Anvisa) liberó el uso de emergencia del inmunizante.

Mujer, negra, diabética e hipertensa, la enfermera con décadas de práctica apareció en los titulares de los principales diarios del país al pedir a la población que no tenga miedo de recibir la vacuna y que confíe en la ciencia.

“Me siento muy orgullosa porque mi categoría ha sido reconocida. Es una representatividad, pero lo más importante es que soy brasileña, lucho por la ciencia y realmente quería que esto [la pandemia] terminara. Esta es la representatividad que habla más fuerte en este momento”, declara Mônica, de 54 años.

Mónica Calazans (54), enfermera del Hospital Emílio Ribas, en São Paulo, fue la primera ciudadana brasileña vacunada en el país / Nelson Almeida (AFP)

La profesional alaba la batalla de las mujeres en las enfermerías. Muchas, como ella, que también trabaja en una Unidad de Atención de Urgencias (UPA) en un barrio popular de la ciudad de São Paulo, tienen dobles jornadas de trabajo y siguen ocupándose de las tareas domésticas.

“Es un ajetreo. Doce horas de guardia en ambos lugares. En primera línea, nosotras, las mujeres, no tenemos descanso, trabajamos sin cesar”, dice la enfermera.

“Redoblamos esfuerzos. La mayoría de nosotras tiene dos trabajos. Ni siquiera es una doble jornada, es una triple jornada. Además de los dos trabajos, está la casa, el marido, los hijos, el cuidado de los padres.

Calazans dice que la pandemia también le sirvió para reforzar algunas lecciones y explicar cómo la humanización de la atención es esencial en medio de la pandemia.

“Humanización, solidaridad y acogida. Cuando el paciente acude a ti con síntomas de covid-19 o covid positivo, viene buscando apoyo, acogida. Y eso es lo que tenemos que ofrecerles. Esta necesidad de humanización se volvió más fuerte para mí”.

Principales víctimas de la covid-19

Los profesionales de la salud forman parte del grupo prioritario para la inmunización contra el covid-19 en Brasil, precisamente porque son trabajadores esenciales y trabajan en entornos de alto riesgo.  

Según el boletín epidemiológico nº44, publicado por el Ministerio de Salud a finales de 2020, desde la primera hasta la última semana epidemiológica de la pandemia del año pasado, se confirmaron 442.285 casos de síndrome gripal por covid-19 entre los profesionales sanitarios.    

Cerca de 148 mil de estas infecciones se produjeron entre técnicos y auxiliares de enfermería, el 33,5% del total.

Más de 67 mil enfermeras fueron infectadas (15,2%) y se registraron 48 mil casos de diagnósticos positivos entre los médicos (11%).

Alrededor de 22 mil agentes de salud comunitarios también dieron positivo para covid-19 (5,1%) y más de 17 mil recepcionistas de unidades de salud se infectaron.

Esta categoría se destaca, una vez más, como la más afectada por el virus entre los 452 decesos registrados entre el personal sanitario hasta la última semana del año pasado, lo que corresponde al 33,3% de las muertes.

Más de la mitad (53,8%) de los profesionales sanitarios fallecidos por esta enfermedad respiratoria, considerando todas las categorías, eran mujeres.

Algunos elementos justifican que el personal de enfermaría sea el más afectado por covid-19. Son la mayoría en número y también ocupan los puestos más precarios, con salarios más bajos.

A estos factores hay que añadir la demora en la disponibilidad de los equipos de protección individual (EPI), algo que se produjo de forma generalizada al principio de la pandemia, exponiendo aún más a estos trabajadores.

Según Alva Helena de Almeida, enfermera jubilada con máster en Salud Pública y doctorado en Ciencias, el coronavirus evidenció una precariedad crónica de la que son víctimas los profesionales de enfermería.

Esto se debe a que los servicios sanitarios funcionan con un sector de enfermería con una “sobrecarga naturalizada”. También explica que en el sector sanitario se ha producido una feminización de la mano de obra en las últimas décadas.

“Hay mujeres en la recepción, en los laboratorios, en la radiografía, en la sanidad comunitaria, en la enfermería, una mayoría absoluta de mujeres. La estructura de ocupación de los servicios sanitarios se basa en una cierta lógica de explotación de la mano de obra femenina”, explica Almeida.

“Si no fuera por el salario insuficiente, la mayoría absoluta de las mujeres no se vería obligada a buscar un segundo empleo. Si las condiciones no fueran tan malas, no habríamos llegado a este número de bajas, enfermedades y muertes de estas profesionales”, señala.

“Vean que en este proceso de la pandemia, poco ha cambiado. Son pocos los lugares, los municipios, que están contratando enfermeras. El cuadro ya era deficiente, es un momento doloroso, que nos afecta mucho”.

Edición: Leandro Melito